Pronto serán las
elecciones presidenciales en México. Así que desde Madrid me
gustaría compartirles algunas reflexiones sobre esto:
Considero
que desde el 1 de enero de 1994 inició en el sureste mexicano un
nuevo ciclo mundial de
luchas emancipatorias que actualmente se mantiene, y que de manera
central rompieron con una serie de prácticas que había en la vieja
izquierda tradicional que estaba ya llegando al final de su historia.
Desde entonces la nueva forma de impulsar una auténtica revolución
anticapitalista pasa, sobre todo, por el plano cultural, es
decir, cambios en las formas de vida, y
para ello se requiere de los siguientes puntos: desarrollo de la
economía solidaria y la autogestión, cambios en las formas de vida
(que pasan por erradicar todos los elementos de consumismo, machismo
y racismo que nos corroen), así como la defensa de los derechos
civiles mínimos, tales como tener derecho a trabajar, derecho a una
vivienda digna, derecho a la educación, derecho a la alimentación y
derecho a la salud (entre otros tantos derechos). La crísis
ecológica, la crísis alimentaria, la crísis económica y la crísis
energética no hacen sino mostrar de manera clara y contundente que
ya no habrá futuro en este sistema social sustentado en la
explotación del trabajo asalariado, la propiedad privada de los
medios de producción, el patriarcado y el colonialismo (con sus
consecuencias racistas y xenófobas).
b)
Si bien el 15-M es la expresión de esta nueva forma de hacer
política post-soviética (una
especie de “antipolítica” o “post-política” entendida como
el desarrollo de lo que Gramsci llamó la “sociedad civil”, que
está en franca oposición a la “sociedad política” -o sea, la
burocracia y el Estado-, y que por medio de organizaciones no
vinculadas al Estado se disputa la hegemonía por las bases sociales
del sistema), también es expresión de resistencia al
desmantelamiento del Estado de bienestar que el neoliberalismo con
toda su barbarie ha ido imponiéndo a lo largo de décadas por todo
el mundo. Por eso también se defienden derechos mínimos
que el Estado debe de
garantizar a todos los
ciudadanos.
En este sentido, se defienden al interior del 15-M dos vías de acción que en apariencia son “antagónicas”, pero que en realidad no lo son: una “post-política”, autogestionaria y de apoyo mutuo, y otra de “defensa de derechos” que todo estado debe garantizar mientras exista. Ambas vías de acción no son excluyentes. Por el contrario, son complementarios, siempre y cuando asumamos que estamos en un momento histórico de transición epocal, que pasa por el agotamiento y decadencia ya irreversible de la modernidad capitalista. La meta debería ser el tránsito a una sociedad “de decrecimiento”, una sociedad “transmoderna” y “postcolonialista”, ya sin Estado y sin gobiernos que “representen” al pueblo, y esto requiere de asumir que esta nueva sociedad sólo podrá construirse con el trabajo diario y arduo de todas las personas en todos los momentos y en todos los rincones del planeta. Esa es la auténtica “democracia real”: una sociedad donde todos participemos, construyamos pensamiento colectivo y donde la diversidad sirva para fomentar el aprendizaje mutuo. La “sociedad del decrecimiento” requerirá de profundos cambios en las formas de vida de las personas, pues los ritmos frenéticos de las formas de vida capitalistas (como el enfermizo consumismo) tenderán cada vez más a volverse insustentables desde un punto de vista material (esencialmente debido a la devastación ambiental y del deterioro de los cuerpos humanos cada vez más contaminadas por tanta porquería que nos dan de comer los empresarios). Así que “el buen vivir” (de inspiración indígena boliviana) tenderá a ser una necesidad para sobrevivir dignamente en este mundo devastado por El capital. El “buen vivir” generalizado no se decretará ni llegará por sí misma, sino que se trata de una larga y ardua construcción que actualmente ya se está desarrollando, pero que no garantiza su plena realización. Por eso la historia no está fatalmente determinada. Esta requiere de las grandes pasiones humanas que se expresen en una cosa que tanto enfatizó el Ché Guevara en su momento: la voluntad. La volundad de decir ¡Basta! De Indignarse y de actuar en consecuencia con la ética y la justicia. De estar dispuesto a generar una revolución a nivel personal acompañando los principales procesos de transformación social.
En este sentido, se defienden al interior del 15-M dos vías de acción que en apariencia son “antagónicas”, pero que en realidad no lo son: una “post-política”, autogestionaria y de apoyo mutuo, y otra de “defensa de derechos” que todo estado debe garantizar mientras exista. Ambas vías de acción no son excluyentes. Por el contrario, son complementarios, siempre y cuando asumamos que estamos en un momento histórico de transición epocal, que pasa por el agotamiento y decadencia ya irreversible de la modernidad capitalista. La meta debería ser el tránsito a una sociedad “de decrecimiento”, una sociedad “transmoderna” y “postcolonialista”, ya sin Estado y sin gobiernos que “representen” al pueblo, y esto requiere de asumir que esta nueva sociedad sólo podrá construirse con el trabajo diario y arduo de todas las personas en todos los momentos y en todos los rincones del planeta. Esa es la auténtica “democracia real”: una sociedad donde todos participemos, construyamos pensamiento colectivo y donde la diversidad sirva para fomentar el aprendizaje mutuo. La “sociedad del decrecimiento” requerirá de profundos cambios en las formas de vida de las personas, pues los ritmos frenéticos de las formas de vida capitalistas (como el enfermizo consumismo) tenderán cada vez más a volverse insustentables desde un punto de vista material (esencialmente debido a la devastación ambiental y del deterioro de los cuerpos humanos cada vez más contaminadas por tanta porquería que nos dan de comer los empresarios). Así que “el buen vivir” (de inspiración indígena boliviana) tenderá a ser una necesidad para sobrevivir dignamente en este mundo devastado por El capital. El “buen vivir” generalizado no se decretará ni llegará por sí misma, sino que se trata de una larga y ardua construcción que actualmente ya se está desarrollando, pero que no garantiza su plena realización. Por eso la historia no está fatalmente determinada. Esta requiere de las grandes pasiones humanas que se expresen en una cosa que tanto enfatizó el Ché Guevara en su momento: la voluntad. La volundad de decir ¡Basta! De Indignarse y de actuar en consecuencia con la ética y la justicia. De estar dispuesto a generar una revolución a nivel personal acompañando los principales procesos de transformación social.
c)
En este contexto de movilización mundial, de formación de nuevas
visiones sobre la totalidad social (que
día a día se discuten en las centenas de asambleas del 15-M),
veo que las presentes elecciones
presidenciales en México tienen una importancia global muy
estratégica: Si gana AMLO puede representar un avance claramente
anti-neoliberal muy grande. Si bien la tibiesa de AMLO tiene severas
limitaciones, en particular, la falta de crítica anticapitalista
(aunque
puede entenderse este vacío dadas las enormes condiciones
conservadoras
que
se imponen en el
sentido común de
la mayor parte de los mexicanos por medio de los putos
monopolios informativos -Tv
Azteca y Televisa-, de tal forma que bien se puede justificar tal
tibiesa como una estrategia de acercamiento a la mayoría de las
personas de México, pues un discurso “radical” es tachado por
los monopolios (des)informativos de “violento” de “terrorista”,
y demás tonterías), lo
que importa más no es tanto la figura caudillesca del político
tabasqueño, sino todo el bloque histórico de poder
popular que se puede generar a partir de él y de la pasada
manifestación anti-Peña Nieto que llenó las calles de
México-Tenochtitlán de indignados anti-priístas y
anti-neoliberales. Las
consecuencias internacionales de la victoria de AMLO serían muy
grandes. Al menos en Iberoamérica esto traería como consecuencia un
avance hacia el aislamiento político para
el gobierno neoliberal del derechista Partido Popular de España,
encabezado por Mariano Rajoy, y con ello, los últimos bationes
neoliberales de Iberoamérica (España, México y Colombia) se irían
desquebrajando. Así ya no tendríamos a un “representante” de
los mexicanos, como es el caso de Felipe Calderón, que se somete a
los intereses de la empresa transnacional española Repsol, quien
secundó las campañas de protesta realizadas por Rajoy ante la
estatización que de
esta empresa hizo el gobierno de la presidenta de Argentina, Cristina
Fernández de Kirchner. Rajoy, mientras en el cono sur defiende los
intereses de los acaudalados empresarios españoles, en su propia
tierra permite que los banqueros (quienes realmente si
vivieron por encima de sus posibilidades, y no así para el caso de
las familias de los trabajadores y los pequeños empresarios)
despojen de sus casas a miles y miles de familias. Y esto ocurre
tanto para el caso de personas nativas como extranjeras, pero que al
fin y al cabo son la misma clase obrera. Si pierde AMLO (y con ello
regresa el PRI a los pinos por medio del represor y asesino Enrique
Peña Nieto) el neoliberalismo más recalcitrante seguirá teniendo
fuerza a nivel mundial...
Si
gana el PRI las elecciones presidenciales, es probable que se desate
en México una nueva oleada de cruenta y salvaje represión hacia los
movimientos sociales (como los indignantes casos de Atenco y Oaxaca
en 2006, y en este año, los estudiantes de Michoacán, todos y cada
uno de estos actos son responsabilidad directa de gobiernos
priístas), así como de reformas privatizadoras que siempre van en
perjuicio de la mayor parte de la población (de ese 99% del que
tanto nos hablan el 15-M y Occupy Wall Street).
Si México logra por primera vez en su historia reciente (los últimos
treinta años) evitar que el gobierno federal sea un presidente
alineado al neoliberalismo (y al capital financiero internacional) se
logrará ir debilitando el bloque histórico internacional
que constituye el neoliberalismo
y toda esa élite que domina y explota a las mayorías (ese 1% que,
una vez más, denuncian el 15-M y Occupy wall street
en clara alución a la enorme concentración y
centralización del capital que
tiene lugar a nivel planetario y del que ya nos ha advertido Karl
Marx hace más de 150 años).
d)
Votar por AMLO, que tan sólo es la punta del iceberg de todo un
bloque histórico anti-neoliberal que se está formando, y
que aún carece de unidad ideológica, de homogeneidad, y que en
muchos sentidos mantiene profundísimas tensiones y antagonísmos que
a primera vista parecen irreconciliables, significa
esencialmente votar en contra del neoliberalismo, y sobre todo, en
contra del regreso del PRI-gobierno, de esa “dictablanda” (o la
“dictadura perfecta” -como también se le ha llamado-) que
gobernó México durante 70 años. Esa lamentable proeza que casi
ningún otro partido político del planeta la ha logrado realizar.
¡Pero es que la lucha contra el PRI también pasa por la lucha
contra el corporativismo! ¡Ese es el secreto de tantas décadas de
dominio priísta! ¡Hay que desmantelar a los sindicatos charros,
tales como la CTM, la confederación nacional campesina y el
Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación! Pero es que lo
central del priísmo se ha mantenido apesar de la “alternancia”
iniciada en el 2000.
Votar
por AMLO no significa creer ciegamente en él. Votar por AMLO puede
ser sólo una estrategia que no legitima el actual sistema
político partidista mexicano que está podrido hasta la médula y
que requiere de una transformación radical. Votar
por AMLO es sólo una estrategia que servirá para evitar que lo más
podrido de las élites mexicanas, que tanto terror y represión
generaron con sus gobiernos sobre el pueblo durante siete décadas
(como la masacre estudiantil de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968 y
toda la guerra sucia de los años setenta que jamás
olvidaremos) regresen al poder
ejecutivo para seguir actuando impunemente.
e)
Se puede votar por AMLO, pero al mismo tiempo desconfiar de
él, y sobre todo de
muchos de los dirigentes del PRD, que no son sino una pandilla de
sinverguenzas oportunistas que
ven en el poder político sólo un botín. Que se dicen de “izquieda”
y cobran con la mano derecha millones de pesos para darse una vida de
millonarios, de aristócratas, que los aleja totalmente de las formas
de vida de “la gente común y corriente” (como los de arriba nos
llaman) que lucha día a día por su sustento. Los que se dicen de
izquierdas, y viven y actúan como gente de derecha, viviendo en la
opulencia, no son más que putos farzantes, hipócritas que no deben
gobernar y que no debemos apoyar. Los verdaderos gobernadores de
izquierda practican la austeridad como señal de
solidaridad con los oprimidos y explotados, tal
y como es el caso del alcalde de Marinaleda (un pueblo andaluz del
sur de España), Juan Manuel Gordillo, quien no cobra un sólo
céntimo por hacer sus funciones públicas y que siempre consulta a
su pueblo cada decisión que se toma. Él vive de su profesión: ser
maestro de escuelas públicas. Al mismo tiempo de que día con día
está presente en las luchas de su gente, hombro con hombro, codo con
codo, por la construcción de un mundo más justo para todos.
Hay
que desconfiar de esos perredistas que, por ejemplo, en Chiapas, por
medio del gobernador Joaquín Sabines (miembro del PRD), cobija y
financia organizaciones paramilitares (de orígen priístas) que
atacan a las comunidades zapatistas. Estos paramilitares queman
sembradíos, destruyen casas y matan gente inocente. ¡Y el gobierno
de Sabines no hace algo para detenerlos! ¡Ese tipo de perredistas
hipócritas hay que denunciarlos, independientemente de si votamos
por AMLO o no en estas elecciones!
f)
Finalmente, cualquiera que sea el desenlace de las próximas
elecciones presidenciales, los de abajo, ese “99%”, esa
gran multitud pisoteada por las oligarquías, votemos o no votemos,
debemos seguir organizándonos de manera independiente a los partidos
políticos, rompiendo con las viejas y anacrónicas prácticas de la
vieja izquierda (como el profundo verticalismo y caudillismo que está
detrás de organizaciones civiles como MORENA) y
construir muchos contrapoderes, muchas autonomías, como
ahora ocurre con los dignos campesinos purepechas de Cherán, en las
comunidades zapatistas de Chiapas, o incluso como ocurre con las
decenas y decenas de asambleas populares de barrios que ahora tienen
lugar en Madrid, Barcelona y en gran parte de España. Gane
AMLO o Peña Nieto, la lucha, la movilización tendrá que seguir,
pues la lucha contra el sistema capitalista es una lucha que dura
toda una vida. En esto
el subcomandante Marcos tiene mucha razón cuando dijo alguna vez que
“La lucha es como un círculo... puede iniciar en cualquier punto,
pero nunca acaba”.
La
posible victoria de AMLO sería apenas el comienzo de toda una larga
lucha histórica en contra de los poderes fácticos que controlan la
información (como esos putos monopólios mediáticos, Tv Azteca y
Televisa), en contra de la irracional y bárbara guerra contra el
Narco que se generó por la torpeza del gobierno de Felipe Calderon y
su necedad por no legalizar la marihuana bajo un plan nacional
integral. La construcción de represas como El zapotillo en Jalisco
que generará un desástre ecológico, la destrucción de Wirikuta
(el centro ceremonial milenario de los huicholes, que se entregará a
empresas mineras transnacionales, de orígen canadiense), la
violanción de los derechos humanos de migrantes centroamericanos que
pasan por nuestro territorio para llegar a Estados Unidos, en busca
de un futuro mejor, la privatización del agua, el machismo, el
racismo, y muchas otras deplorables situaciones que en la actualidad
existen en México y lastiman a muchas muchas personas.
Termino
el presente escrito con la siguiente frase de Gramsci para motivar no
sólo la reflexión, sino sobre todo la acción:
“Instrúyanse, porque necesitaremos toda vuestra inteligencia.
Conmúevanse, porque necesitaremos de todo vuestro entuciasmo.
Organícense, porque necesitaremos toda vuestra fuerza”. ¡Mucha
fuerza México!
Josafat
Hernández
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